En algunos países, nacer niña es una condena. En muchas sociedades con costumbres atávicas inalterables las nenas están vedadas del acceso a la educación, son obligadas a contraer matrimonio en plena infancia, o sometidas a la mutilación. En situaciones de guerra, las niñas son víctimas de violaciones y convertidas en esclavas domésticas. Hasta en los campamentos de refugiados se convierten en blanco de agresiones.
Son las principales víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual, sobre todo, cuando crecen en condiciones de marcada desigualdad y pobreza. Condiciones que arrastran cuando se convierten en mujeres, como resultado de la falta de oportunidades y de vigencia de sus derechos humanos.
En Paraguay, hasta el presente, aunque en menor proporción, son esclavas domésticas bajo el rótulo de «criaditas» en casas de familias pudientes que las traen del campo para, supuestamente, educarlas y cubrir sus necesidades. En las sociedades machistas las nenas son preparadas para servir y someterse al hombre. En fin, no es fácil ser niña.
La campaña Por ser Niña, de la Organización Plan Internacional promueve la consigna de que «invertir en las niñas es la clave para la reducción de la pobreza y la mejora de la sociedad».
La apertura de las empresas privadas e instituciones del Estado es plausible, pero lo sería aún más si redoblaran los esfuerzos para convertir al Paraguay en un país menos discriminativo, más equitativo, con mejor educación pública y gratuita para todos los niños. Con un sistema de salud pública de primer nivel, y con políticas que garanticen la participación femenina plena, no en determinado porcentaje, o solo por un día.
(Última Hora, Por Susana Oviedo – 12 de octubre de 2016).