Bogotá, 23 de abril de 2010. Agencia PANDI. «No sería muy descabellado decir que si un niño no juega, difícilmente va a llegar a ser un adulto eficaz, sereno, productivo, creativo… Por lo tanto, el juego no solo debería ser un derecho, sino un deber. Deberíamos garantizarles a los niños unas horas de juego al día, tanto o más que las horas de sueño».
La reflexión del pensador y psicopedagogo italiano Francesco Tonucci es el argumento de una invitación para que este sábado 24 de abril padres, abuelos, maestros y cuidadores de los niños y niñas de Colombia se unan a la celebración del Día del Niño y empiecen a compartir con ellos las enormes ventajas que unas horas de juego pueden tener en su desarrollo.
La Corporación Día de la Niñez, entidad que lidera la celebración en 32 departamentos del país, hizo un nuevo llamado para que el juego sea incorporado en la vida diaria de los pequeños, con la misma importancia que se le otorga al momento de la cena, el espacio para las tareas o la hora de dormir.
Un aliado del aprendizaje
Según la Corporación, mientras la gran mayoría de los adultos suelen concebir el juego como una alternativa para el esparcimiento de los niños y el uso de su tiempo libre, en realidad se trata de una actividad imprescindible en su proceso de aprendizaje.
«Muy seguramente el aprendizaje que se da en el juego es el más significativo y el más perdurable, pues se trata de un aprendizaje desde la experiencia, en donde todos los sentidos se ven directamente comprometidos», dice la Corporación. «Estos aprendizajes de tipo socio-afectivo, comunicativo, emocional, cognitivo y motriz son los que les permite avanzar a los niños, las niñas y los adultos en el logro de competencias para la vida».
El juego contribuye al fortalecimiento de diferentes habilidades en el desarrollo cognitivo y social del ser humano. Estimula la memoria, la creatividad, la comprensión y la capacidad para resolver problemas, fortalece capacidades como el equilibrio, la seguridad corporal y el desarrollo psicomotor, enriquece el lenguaje y abre nuevas puertas al reconocimiento del medio que rodea a cada niño o niña.
De otra parte, el juego encierra un inmenso valor afectivo, pues a través de él es posible crear y mantener estrechos vínculos familiares y sociales, mientras se transmiten valores que contribuyen a fortalecer las habilidades sociales de los pequeños, entre ellas la tolerancia y la capacidad de diálogo y concertación. De allí que la ausencia de esta actividad pueda traer consecuencias hasta la vida adulta.
«Cuando un niño no juega, definitivamente no desarrolla sus diferentes habilidades cognitivas, sociales, físicas y personales», advierte un documento de la Corporación. «Esto se evidencia a medida que va creciendo, en la incapacidad para relacionarse, solucionar conflictos, buscar alternativas, crear y emplear la lógica secuencial y asociativa». A esto se suma la posible incapacidad para hablar en público de lo que conoce y la dificultad de generar lazos afectivos y comunicativos con otros.
Pero el juego no solamente beneficia a quienes viven la etapa de su niñez. Jugar también puede ayudar a los adultos en la medida en que puede devolverlos a la intimidad de su hogar y ayudarles a identificar sentimientos, actitudes e incluso problemas de sus hijos, además de permitirles fortalecer la confianza y la espontaneidad en la relación con ellos. Así mismo, el tiempo del juego puede convertirse en un espacio para reducir las tensiones y traer alegría al diario vivir.
«Para que padres, madres y adultos en general reconozcan la importancia del juego en las vidas de los niños y niñas es necesario que ellos puedan recuperar la capacidad de jugar, perdida en algunos casos o inhibida en la mayoría, y redescubran el placer que este genera, la posibilidad de creación que tiene y, en especial, la libertad que este suscita. Este es el principal aprendizaje que el juego con los niños y las niñas otorga. Volver a soñar, a reír, a asombrarse, a imaginar, a fantasear es el mayor beneficio del juego», destaca la Corporación.