Golpear y castigar nunca fueron sinónimos de educar

Desde hace tiempo circula por el Facebook una imagen que muestra una rama, un cinto doblado y una zapatilla. Bajo dichas imágenes, dice más o menos algo así como: «Estos eran los psicólogos de nuestra época». Dicha publicación despierta en muchos una especie de nostalgia hacia la violencia física ejercida hacia los niños.

Cualquiera que tenga cierta noción de las consecuencias del castigo físico, principalmente en las personas, puede entender perfectamente que no es ese el camino que los padres o tutores deben de seguir para educar a sus hijos. No son pocos los hogares donde esta situación se repite a diario. Los agresores, que podían ser padres, tíos, madres o incluso maestros, utilizaban como excusa que todo lo hacían «por el bien» de los niños.

Los que justifican estas barbaridades de antaño señalan que eso les ayudó a ser buenas personas. Sin embargo, si a la cantidad de la población que fue castigada le hubiese servido para «salir bien», ergo, buenas personas, ¿por qué no tenemos una sociedad mejor? Por el simple motivo de que golpear y castigar nunca fueron sinónimo de educar.

Hace poco el país se estremeció ante el caso del pequeño de tres años quemado por su padrastro en las partes íntimas, para que dejara de mojar la cama. Un acto demencial sin límites, pero que tiene una raíz cultural profunda, ya que el consejo venía de parte de una persona mayor. ¿Se diferencia mucho el padrastro de los padres que cintarean o abofetean a sus hijos? La respuesta es no.

(Última Hora, Carlos Elbo Morales – 28 de julio de 2016).